Review | Las Tortugas Ninja


Lo peor de Hollywood condensado en 100 minutos.
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Cuando uno va a ver una película de Las Tortugas Ninja, va predispuesto a dejar pasar por alto muchas cosas. A no darle vuelta de forma excesiva a algunos elementos que la componen. Mal que mal, se está viendo una película de tortugas, ninja, adolescentes y mutantes.
Pero el primer gran problema del reinicio amparado por Michael Bay como productor, es que aquí no entendieron que lo que uno quiere ver, son esos personajes. No al relleno humano que los rodea. Las tortugas aquí están relegadas a un segundo plano de forma infame, en pro de April O’Neal.Por eso inevitablemente uno le pone más atención al resto.
Otro problema mayor, y en donde el reinicio demuestra su calaña, es que el guión es una basura. Es un charquicán de ideas no desarrolladas, un revoltijo con diálogos expositivos que asumen que su audiencia objetivo son niños hiperkinéticos a los que les administran ritalin y que nunca les tomarán mucha atención.
Para el resto es un recocido a medio camino, tijereteado en las reescrituras, que promueve una historia fome, previsible y estúpidamente desconcertante. Especialmente en lo que concierne al plan de los villanos. Algo que provoca que la actuación de Megan Fox no sea lo peor de la película. La dura.
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 Asimismo, decidieron seguir aquella historia, bajo una línea extremadamente genérica, en donde todo está relacionado con todo en el pasado de los personajes. Algo que es aún peor que en la primera G.I. Joe.
En esta nueva versión, un grupo de científicos se hace del mutágeno que no es de este mundo. Para desarrollar su estudio equis, el líder de la investigación inyecta a una rata de laboratorio y a las mascotas de su hija April a las que alimenta con pizza. Un grupo de cuatro tortugas. A partir de ahí hay una traición, un accidente, el laboratorio se incendia, la niña salva a los animalitos y los lleva a las alcantarillas. Así nacen estas TMNT en esteroides.
Cada vez que entran en detalles, y son más específicos en las explicaciones de su premisa, mandan todo aún más al carajo. Hay tanto diálogo expositivo, que en un momento es Splinter quien profundiza en el plan tras los ataques del paramilitarFoot Clan que ataca en la ciudad de forma impune. Al mismo tiempo, también hay elementos que no están desarrollados, porque se les olvidó hacerlo.
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Nadie se preocupó de dar sentido a esta cosa. Y lo digo desde un punto en el que me dio lo mismo aceptar que aquí la rata aprendió artes marciales a partir de papeles que encuentra por azar en las alcantarillas.  Esa tontera es aceptable, considerando que originalmente la historia de Kevin Eastman y Peter Laird era puro jugo y concretaron ideas aún más irrisorias. Repito, uno va predispuesto a aceptar cosas, pero en esta película se limpiaron el culo con el guión.
La tontera más evidente está en torno al rol de William Fichtner, quien originalmente fue anunciado como el actor que interpretaría a El Destructor. En el producto final, Fitchner interpreta a un multimillonario tras todo el plan que busca contaminar la ciudad con una enfermedad mortal que matará a millones. También revela que quiere ser más multimillonario, chantajeando al gobierno con la cura.
En el medio lo conectan con El Destructor, explicando que fue su alumno en Japón. Aunque nunca pelea, nunca tira un golpe y nunca tiene sentido la relación entre ambos. El clásico antagonista, por su parte, es un guerrero japonés que lo ayuda en su objetivo de ser más multimillonario por la buena onda y porque le entregan una armadura Transformers tipo navaja suiza. Todo eso simplemente porque se les ocurrió hacerlo más cabrón. Pero aunque una y otra vez barra el piso con los héroes, al final termina derrotado de la forma más indigna posible.
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No voy a perder más tiempo dándole vuelta a todas sus incongruencias, porque uno llega a la conclusión de que esto solo está concebido como un tranquilizante para niños durante 100 minutos. Y es eso justamente lo que me lleva a despreciar tanto este bodrio.
Sumen que tampoco hay nada a rescatar, salvo una escena en un elevador, en donde las tortugas hacen beatbox. Y sería. Esa secuencia es el único momento en donde logran usar bien a los cuatro personajes.
Pero el diseño de las tortugas y de Splinter es horrible, tal y como queda claro ahí y en cada uno de los tráilers. Para peor, la acción no salva a nadie y las secuencias de combate uno a uno son reducidas.
El director Jonathan Liebesman (De Batalla LA o Clash of the Titans) demuestra su incapacidad en ese ámbito. En ningún momento hacen lucir las habilidades de las tortugas con sus artimañas digitales, mientras la cámara con Parkinson rebota de un lado a otro, a riesgo de provocar un cortocircuito cerebral.
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A la larga, a ninguno de los involucrados les importó nada más que explotar la marca, usando la nostalgia para generar un producto fácil de embutir. Que les permita generar secuelas solo por el título. Yo no le pedía nada a esta película, pero me impresionó lo despreciable que es su postura. Representa lo peor de la maquinaría de Hollywood actual, junto a los Transformers del propio Michael Bay.
De hecho, no planeo ver esto nunca más. Ni esta ni la secuela que ya anunciaron. Es demasiado lo que tienen que cambiar. De hecho, si me ponen una pistola en la cabeza, y debo elegir entre repetirme la película o comer un mojón, prefiero incursionar en la coprofagia.

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