La reseña final de Breaking Bad


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Esta entrada contiene spoilers
Catarsis. Esa es la palabra que mejor define el final de Breaking Bad. Una suerte de purificación no sólo de su personaje principal, Walter White, sino también para una audiencia que aplaudió y celebró las andanzas de un criminal que, aunque comenzó con la mejor de las intenciones, contaminó las calles con sucio veneno. Que mató para conseguir sus objetivos lo suficiente, como para hacer imposible esquivar los costos, de volver a tener el aprecio de un hijo que lo idolatró. Uno para el que esquivar la ley, para en tranquilidad ser víctima solitaria del cáncer, no era opción.
En Breaking Bad había un camino que seguir, no previsible sino inevitable, que Vince Gilligan y el equipo de siete escritores de la serie por suerte decidieron recorrer, en vez de intentar apostar por la sorpresa vacía de último minuto. Algo a lo que tanto estamos acostumbrados con las series de televisión gringas que, más encima, estiran el chicle más de la cuenta. De ahí que se haya concretado, de la forma en que lo concretó, marca tanto lo que se merecía el gran personaje, así como la gente que lo convirtió en un icono. Atando los cabos sueltos, en un final redondo, satisfactorio que no derribó expectativas.

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El momento clave del final de la serie es la primera etapa de redención en la que, finalmente, Walter reconoció a Skyler lo que siempre supo la audiencia. Al aceptar que todo lo hizo por él, porque le gustaba hacerlo, porque sabía que era bueno en el negocio de la merca y aquello, el lograr la pureza de un 99.1 por ciento en la meta azul, lo hizo sentirse vivo, White concretó el paso que nunca quiso aceptar dar frente a la que nunca pudo mentir. La exoneración de su mujer, al entregar el boleto que revela la localización de la tumba de su cuñado, no es lo que le permite tener como “premio” ver a su pequeña hija por última vez. Es el reconocer que Walter White fue Heisenberg no sólo porque su familia necesitase el dinero, sino porque estaba a gusto siendo el que golpease la puerta.
Felina es así un episodio que eleva la importancia del penúltimo capítulo, que para no pocos fue un bajón en comparación al anterior. Pero aunque Ozymandias es la obra maestra que llevó los delirios de su protagonista al abismo, Granite State marcó el momento definitivo. Uno en que Walter White toca realmente fondo, dándose cuenta que ningún truco de Heisenberg servirá para recomponer las cosas y toda idea de un último plan maestro para volver a tener a su familia estaba encerrada en su cabeza. Al aceptar ese hecho, Walter White arma una despedida apropiada para redimir la última imagen que había dejado a Skyler con la llamada. El resto, todo lo que sucede en el final de Breaking Bad, es reparar errores, asegurándose que Skyler cuente una versión de un monstruo que le pide tocino y huevos en su cumpleaños. De ahí que tras la recompensa agridulce, había que pagar por la avaricia y el orgullo.
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En el último episodio, la línea entre Walter y Heisenberg se difumina y las apariencias son eliminadas. Mientras su cuñada asegura que no se saldrá con la suya y afirma que no es la mente criminal que piensa, el calvo demuestra a cada momento que sí lo es. No sólo el episodio presenta cómo se despecha enemigos, sino que también de una forma elaboradamente simple, el alguna vez profesor de química “lava su dinero” encerrando en un falso callejón a sus multimillonarios ex amigos. De esta forma, el dinero llegará a su hijo por otras manos, de las que nunca quiso ayuda ni “limosnas”, y este será el que en última instancia decida lo que estime conveniente.
También aquí finalmente hacen calzar las piezas de los flashforwards para mostrar que el cumpleaños número 52 es en realidad el último día que el Sr. White decidió estar sobre la faz de la tierra. Un día en que decide sacar partido a lo que siempre le molestó. Walter se traga su orgullo al dejar que sus enemigos lo vean “acorralado”, que lo miren por encima del hombro… tal y como lo hacía Hank en el flashback que presentan.
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Y es en esta ruta de reparación, en donde ver de lejos a su hijo es la herida que más duele, Walter finalmente tiene su confrontación final con los nazis tras saber que la meta azul sigue en producción y que de una u otra forma a Pinkman lo mantienen con vida. Así, y con el mecanismo automático de metralleta más cool de la historia, sorprende en el momento justo y elimina a los nazis malditos de una forma que me llevó a aplaudir. De ahí en más, y con sólo cuatro sobrevivientes, Jesse se cobra la satisfactoria venganza y despacha al siniestro hijo de puta de Todd ahorcándolo con sus cadenas de esclavo. Walter, en tanto, evade la avaricia con un disparo en la testa contra el moribundo tío Jack, justo antes de que este revele dónde están todos los millones que le robó. Y en ese escenario, llega el cara a cara definitivo.
Por largo tiempo pensé que la única ruta que quedaba en estos últimos episodios, era que Jesse decidiese terminar con la vida de Walter White. Especialmente luego que reveló la verdad tras la muerte de su novia en la segunda temporada. Pero tras todo lo que construyen en el episodio, no sólo Jesse deja en claro que nunca más hará lo que el calvo dice, sino que Pinkman ya no puede cargar con más esqueletos y lo único que le resta, una vez que su calvo maestro es honesto por última vez, es alejarse en libertad cuanto más pueda. Al final, no hay perdón.
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Así, y en un final que rompió los récord de audiencia para la cadena AMC, Walter White tiene una última venganza con la llamada que realiza Lydia, quien se transformó en el objetivo final del ricin. Y luego, el calvo muere a causa de una de sus propias balas perdidas. Aún cuando estaba claro que está dispuesto a cerrar todo y pagar con cárcel, esa consecuencia no prevista de su último gran plan maestro marca el cierre de una vida marcada por los costos destructivos que marcó el paso del huracán Heisenberg por Alburquerque. Y en este final, con una última escena en donde se maravilla apreciando las máquinas de cocción del demonio azul que creó, Walter White muere asegurándose de ser encontrado de una forma en la que públicamente tendrá el crédito de toda la meta azul. Muere en la suya, junto al ego que siempre fue su principal motor.
Baby Blue de Badfinger cerró así todo antes de los créditos, remarcando en su letra que Walter White tuvo lo que merecía en esta ruta llena de sorpresas, pero de destino conocido. Es decir. Vince Gilligan nos dijo desde el comienzo que esta era una historia de cómo Mr. Chips se convierte en Caracortada, por lo que el final de una u otra forma era inevitable. Pero a lo largo de esta última temporada, me he convencido que más que el traficante cubano, es más apropiado comparar su travesía a la de Michael Corleone. Walter era Michael, mezclándolo un poco con la ineptitud media ingenua de alguien no está preparado como Fredo. Como tal, merecía morir sólo por sus pecados más que en medio de un gran bang.
Y así, Breaking Bad terminó cerrando la historia de Walkter White y dejando el sentimiento de que vimos una historia completa que no da espacio para especular a futuro. Ahora da un poco lo mismo el qué decidirá su hijo con los millones, cómo seguirá viviendo un Jesse marcando por todo el daño psicológico que sufrió o qué será de la vida de Skyler tras dar a conocer la ubicación de los restos de Hank y Gomez. Lo relevante cerró su círculo, no nos dejan un misterio de enganche para especular por los siglos de los siglos ni dejan abierta a la interpretación el destino de personaje. Breaking Bad concluye en sus propios terminos. Todo expiró sin seguir más allá de su fecha de vencimiento. Desde el comienzo, la muerte estuvo sobre el pescuezo de Walter White y tras dos años de caer en un abismo azul, tuvo lo que merecía junto a su creación.
Todas las cosas malas llegaron a su final.

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