Review | Oldboy


Este castrado remake de Spike Lee termina siendo lo que uno menos quiere: una simple jugada para ahorrarle los subtítulos a los gringos.
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En algún momento tenía mucha curiosidad por ver el remake de Oldboy. Qué esté claro: una versión gringa de la obra maestra de Park Chan-wook era más innecesaria de lo que habitualmente proponen en Hollywood con sus refritos. Peor aún, como antecedentes estaban las blandas reimaginaciones de obras orientales, que a la larga han terminado totalmente suavizadas. Como deben cumplir con las guías del mercado. esas que quitan toda la gracia que caracterizó al original, terminan vomitando un producto accesible para la mayor audiencia posible. Y es ahí donde habitualmente se olvidan del espíritu, de la base, el jugoso concentrado que le dio sustancia a la primera película.
Pero si iban a hacer una nueva versión, vendiendo la pomada inicial de que estaría basada más en el manga que originó todo en vez de la apuesta surcoreana, parecía totalmente apropiado que su director fuese Spike Lee. Tenía sentido. Es un tipo que ha demostrado tener bolas en el pasado, que ha dirigido películas que abordan temas que usualmente en Estados Unidos les hacen el quite. Que daba cierta garantías de que esto no sería tu versión habitual pasada por el cedazo que nulifica todo.
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Ahí están Haz lo correcto, Malcolm X, La Hora 25 y hasta sus obras que generan menos consenso, como por ejemplo Summer of Sam. Hasta películas como Inside Man estaban ahí como antecedente de que el director también puede hacer algo interesante con un proyecto amarrado por los requerimientos de los grandes estudios. Sin embargo, es impresionante como el remake de OldBoy es blandamente nulo. Peor aún, ni los cojones de una película de Spike Lee tiene. Esta es una película castrada.
Por otro lado, y desde que fue anunciada, el gran resquemor contra la película radicaba en el hecho de que su guión correría a cargo de Mark Protosevitch, quien escribió el excremental remake de La aventura del Poseidón y Soy Leyenda. Pero en el resultado final la historia es a grandes rasgos “la misma”. Joe Doucett, interpretado por Josh Brolin, es un tipo alcohólico de Nueva Orleans que es verdaderamente una mierda de persona tanto en el ámbito familiar como en el laboral.  Cierto día, es abducido por razones desconocidas y es encerrado en una habitación. Día a día lo alimentan con una comida china que le termina pareciendo pura porquería, le dan una botella de vodka para hacerlo caer más bajo y con el paso del tiempo se entera a través de un monitor que es sospechoso del asesinato de su esposa.
20 años después es liberado y comienza a atar los cabos para saber por qué diablos lo secuestraron, quién fue y por qué lo hizo. Pero aunque por años se entrenó físicamente para saborear el plato que se sirve mejor frío, no sabe que tras todo está la madre de todas las conspiraciones vengativas. Es decir, esta nueva versión sigue cada punto de la lista base para armar un calco del clásico surcoreano. Aquí no buscaron hacer algo totalmente distinto, que solo tomase los conceptos básicos del primer Oldboy. Esa no es su apuesta.
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¿La escena del martillo?, ahí está. ¿Un guiño al pulpo?, hecho. ¿La revelación final con el cruel giro del misterio?, también se mantiene intacta. Pero aún cuando es fiel en términos de estructura narrativa, no tiene ni la fuerza ni la potencia de la obra original. Y es que esa película de 2003 desencajaba mandíbulas por pillarnos desprevenidos ante su desquiciada propuesta de venganza, mientras que aquí todo está a media máquina en una versión que tampoco refuerza temáticamente que esta es una occidentalización. A su favor está que sí hay un giro a la sádica sorpresa final, mientras que la solución a lo que viene a continuación, una vez que Joe Doucett desenreda toda la trama, funciona quizás mejor. O al menos así en respecto a cómo arman a este personaje, en contraste al Oh Dae-su de la versión coreana. Pero en los matices de este remake, hay un importante detalle que hace que todo quede cojo.
Quizás lo que más afecta a esta versión, y que lleva a que sea descartada de pura apatía, tiene que ver con su villano. Aunque uno nunca le compra mucho a Josh Brolin como el protagonista de esta historia, y el cambio en el tiempo de su personaje ni siquiera está a la altura del piñén de las patas de lo que logró el actor Min-sik Choi, la elección de Sharlto Copley y el trasfondo de su personaje es bastante soso comparado a lo que ya había. Aquí, el malo del cuento es un tipo bien rata, hasta por el porte, que carga con su odio hasta en las cicatrices que tiene en el pecho. En la oriental, el malo era un tipo encachado, muy distinto al perdedor protagonista al que le hace la vida imposible, que en el fondo era un demente. Estaba piteado, cagado del mate. Que solo sigue respirando por querer vengarse.
Por eso si en el original uno se pone la camiseta de Oh Dae-su para que cobre venganza de aquellos que lo encerraron, y eso se refuerza una vez que uno conoce al villano, aquí en realidad desde el primer minuto está marcada la sensación de que Joe Doucett tiene lo que se merece. Es un sacohuea. Y si en este remake más encima agregan una relación que no funciona con el personaje de Elizabeth Olsen, que es la mujer que ayuda al protagonista, la historia nunca logra hacer click. Nunca agarra. Por eso la venganza central y su recontextualización en la relación entre villano y protagonista, a partir de la macabra sorpresa del final, no tiene fuerza. Y eso no tiene precisamente relación con el hecho de que uno sepa como termina todo por haber visto la película coreana. Es problema de cómo armaron a ambos personajes.
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A la larga la película no es lo peor del mundo ya que el gancho base de Oldboy sigue ahí. De forma más desinteresada y blanda, pero no da para pegar el grito en el cielo. El problema es que al poner en la balanza al Oldboy de Park chan-wook, uno le agarra más mala por terminar siendo un remake cuya razón de ser principal, es ahorrarle los subtítulos a los gringos.
Por ahí Spike Lee se defendió argumentando que su versión del director tenía 140 minutos y sufrió la tijera del estudio para dejarla en los 105 minutos que fueron estrenados. Que incluso volvieron a editar su versión de la popular escena del martillo. Pero al final lo que terminó viendo la luz no da el ancho e inevitablemente uno queda con la sensación de que al final todo se filmó sin una visión personal. Que todo es un simple remedo. Una fotocopia mal hecha.
Este Oldboy versión 2013 quedó simplemente como una anécdota, algo a revisar solo por curiosidad en contraste al nocaut a la psiquis, el jodedor de mentes que representó la otra película hace una década. Está destinada al olvido, a diferencia de la historia sobre la tragedia de Oh Dae-su. Así que si leíste todo esto sin haber viste el original, para. Aplica play y ve esa obra maestra oriental. Eso es lo que siempre quedará.

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